Mi Padre, Daniel Malfanti Pérez, desde
muy pequeño me enseño que para alcanzar los sueños se debía luchar con gran
esfuerzo y que ante los problemas uno se debía parar una y otra vez. Y que un verdadero hombre era capaz de formar
su destino solo, lo importante era soñar y luchar por esos sueños. Y mi Madre
me enseño a soñar, con sus telas, sus pinturas y sus libros.
Es así que tiempo atrás se acerco mi buddy
de buceo, Jorge Kitzing, para contarme si estaba interesado en ir tras la
búsqueda de un naufragio a donde comienza la Terra Incógnita o el Fin del Mundo
como la llamaban los grandes navegantes de la historia al sur de Chile, donde
esta el Estrecho de Magallanes. Por
supuesto que mi respuesta fue un rotundo si.
Desde ese momento comenzaron una serie
de reuniones con los otros dos integrantes, uno de ellos un deportista extremo
y fanático de la mecánica, Javier Morchio, y el otro un historiador y soñador,
Ricardo. Las reuniones se hicieron muy
interesantes, pasaban relatos de viejas batallas y barcos y buques que el mar
se había tragado en su inmensidad, más alguno había desaparecido por que su tripulación así lo deseaba y otros
simplemente por azares del medio ambiente o batallas casi o no documentadas,
como fuera en esa Tierra Incógnita muchos marinos dejaron sus vidas en el fondo
del mar o en alguna isla desolada, en su búsqueda de nuevos lugares o tesoros
soñados, o quizás en defensa de su patria, como haya sido y será morían en una
mar inhóspito y brutal.
Así se dio comienzo a una emocionante
aventura, la cual origino la preparación exhaustiva de una logística complicada
y a un plan de desarrollo complejo. Las
reuniones se hicieron más cotidianas, analizando que elementos llevar y cuales
descartar, ya sea por su costo, transporte o utilización, se debía llevar lo
mejor y lo esencial, no había espacio para el exceso o cosas suntuarias.
Jorge preparaba tenazmente su material
fotográfico, y decidía que tipo de traje llevar, esto no era un tema menor, por
el frío propio de esas aguas, la cual variaba desde los 2 grados Celsius hasta
los 14 grados. Mientras Javier adquiría
un Side Scan Sonar y coordinaba los medios aéreos, navales y terrestres para el
transporte de los miembros y el material. Al mismo tiempo el historiador reunía
información y más propuestas. Yo, mientras decidía el equipamiento de buceo a
llevar, y coordinaba el tiempo para poder compartir con mis hijos antes de irme
al sur.
Al llegar el mes de enero analizamos
los últimos detalles y dejamos todo coordinado, en febrero nos íbamos a la
Terra Incógnita, los equipos estaban listos, así que vía terrestre partieron a
Punta Arenas.
Ese día de febrero nos despedimos de
nuestros seres queridos, en mi caso de mi hijos, Daniel y Javiera. Y de Paula con quién compartíamos nuestra
pasión por el mar me había despedido días antes, quién en esa oportunidad me
deseaba la mejor de las suertes, y recalcaba que me cuidara. Así fue igualmente para Javier y Jorge, con
sus respectivos seres queridos.
Al juntarnos todos en el aeropuerto de
Santiago, se podía sentir ese sentimiento de riesgo en este tipo de
expediciones, pero que a la vez llenan el alma de hacer algo que uno siempre a
soñado y que es distinto al resto de las cosas comunes de un citadino.
El viaje fue un poco largo debido a
las distancias, y al llegar a Punta Arenas esta nos recibió con una leve lluvia
y un fuerte viento y frío, estábamos casi a donde termina América por el
sur. De ahí nos dirigimos a buscar
nuestro equipo, el cual después de una dura jornada cupo apenas en la camioneta,
la cual más bien parecía un camello, por la joroba de la carga.
El
trayecto terrestre hasta Puerto Natales fue hermoso, ver esas llanuras
cubiertas por una leve vegetación y animales indicaban la dureza del clima y de
su gente. Pero impresionante fue nuestra
sorpresa al ver en el camino a un joven mochilero desplazándose por la ruta en
un monociclo, más bien parecía una imagen de una película que la realidad en
esos parajes del fin del mundo.
Al
llegar a Puerto Natales, una embarcación nos esperaba para apoyarnos en el
traslado, la cual se encontraba al Mando del Teniente Carlos Herlitz, un hombre
de mar con el cual yo había compartido la cubierta de un buque recorriendo el
mar. La navegación por los canales se
hizo suave y rápida, el clima parecía ir cambiando, el gris cambiaba por un
azul claro, y las nubes blancas como motas de algodón reinaban, pero dejando en
todo momento pasar los rayos de sol, como para calentar a cualquier necesitado
de calor.
Así
pasamos por diferentes canales hasta después de una larga jornada arribar a
Puerto Edén, una caleta en medio de la nada, ubicada en una pequeña isla,
siendo su fundación casi hace 50 años, con el primer objetivo de abastecer a
los hidroaviones que iban al sur, y como todo centro de apoyo fue conglomerando
a los nativos de las cercanías entre ellos a los Kaweskar, originarios de estas
tierras. Llego a tener en su apogeo 600
habitantes pero actualmente tenía algo menos de 100.
Una vez
en la Caleta Javier y Jorge fueron a contactar donde pernoctar y lo más
importante a conseguir la embarcación. Después de una larga negociación se
logro llegar a un acuerdo. Ya estaba todo estaba listo.
Trasladamos
todo vía bote hasta una casa azul, que era el nuevo hostal de la familia
Maldonado, ubicado en el extremo norweste de la isla, era de un gran contraste por
su perfecto estado en comparación con las casas que lo rodeaban, al subir al
muelle y llevar las cosas hasta el hostal se podía apreciar el ingenio de estas
familias, al ver un carro con un motor eléctrico, que era para trasladar los
objetos pesados hasta el hostal.
Ya
instalados nos pusimos a verificar el equipo previo a su embarque, y a ver
hacia donde no dirigiríamos, la ruta marcaba al sur.
Con el
equipo a bordo del Príncipe, iniciamos unas navegación de prueba del sonar,
para ello recorrimos los alrededores de Puerto Edén, marcando en su entrada un
naufragio, el cual era de finales del siglo XIX.
Regresamos
al Hostal, ahí fuimos recibidos con una cena espectacular, digna de reyes.
Preparamos el equipo, mañana zarpábamos al sur.
El
amanecer fue increíble, un día calmo, mucho sol y el mar plato. Con el equipo a
bordo y las provisiones listas, el Príncipe coloco proa al sur y se dio inicio
a una bella navegación por los canales. Javier contemplaba impresionado las
maravillas de estos lugares, un gran contraste con una ciudad como Santiago.
Aquí se respiraba un aire puro y un ambiente de silencio, donde la naturaleza
se fundía con la fauna, la cual era diversa, desde Toninas hasta Petreles, que
nos dejaban atónitos con su belleza. Navegamos por largas horas hasta llegar a
una bella Caleta que sin duda debe haber resguardado a mucho navegantes
perdidos y algunos exploradores de antaño, quizás encontrando aquí su último
adiós. En ese trayecto Jorge y yo
buceamos un bajo, el cual estaba lleno de vida, pero al descender sobre los 15
metros esta vida desaparecía y solo habían escasos crustáceos, y la temperatura
bajaba de los 15 grados Celsius hasta los 5 grados, un cambio brusco para el
cuerpo.
En esta
pequeña Caleta, impresionaba ver un cerro de conchas, el cual era la
acumulación de años de extracción de estos moluscos, y su posterior ahumación
para su posterior venta al comercio del norte.
La vida
a bordo del príncipe en su pequeño espacio, permitía ver como bucear,
investigar, comer y dormir, es posible con un poco de esfuerzo y olvidándose totalmente
de las comodidades. El tema del baño,
ese si que no era un tema menor, no había ducha y el wc era preferentemente en
tierra.
Con los
días el reconocimiento del área se fue colocando más interesante, los buceos de
exploración eran emocionantes pues ser recorrían lugares nunca visitados, el
frío y la soledad eran los compañeros en los Solo Diving que eran una forma
habitual de exploración para tener más buceos disponibles, así también al
sumergirse en se podía apreciar como las gradientes de fondo eran abruptas. Un
farellón que bucee solo, fue sin duda el lugar más impresionante, mientras
descendía la luz se iba, el azul oscuro e intenso todo lo dominaba, y el
silencio era total, la vida a medida que descendía desaparecía totalmente,
quedando las rocas desnudas a la vista, y el azul eterno del fondo mostraba una
profundidad interminable, sin duda si un naufragio había caído ahí descansaba
en un total abandono. Y a todo eso se
sumaba el frío, a pesar del traje seco y las vestimentas adecuadas para el
frío, la temperatura de 5 grados e incluso 4 templaban el espíritu de cualquier
buzo.
El
silencio reinante solo era interrumpido por el compresor que cargaba en forma
constante las botellas de buceo.
Mientras
navegábamos y utilizábamos el side scan, nos percatamos de unas cavernas en la
costa, con Javier y Jorge nos preparamos y fuimos en el pequeño bote que
acompañaba al Príncipe, hacia costa, el acceso fue difícil entre las rocas y
arboles que habían en el lugar, pero logramos desembarcar. Nos fuimos
introduciendo en la caverna, al comienzo nos dio la impresión que era utilizada
por lobos marinos, por el fuerte olor que había, y por su gran tamaño, al ver
que podíamos seguir entrando nos fuimos arrastrando, no sin quedar cubierto de
sedimento y ese fuerte olor. En eso
apreciamos al fondo la entrada de un rayo de luz, hacia halla fuimos.
Al llegar
apreciamos que un fuerte color verde salía desde el exterior, era de la
vegetación más exótica que hubiera visto, cuando logramos salir hacia la luz,
nos vimos rodeados de muy grandes paredes rocosas, y una vegetación de cuento,
la cual era en su totalidad de gran tamaño, arboles caídos como puentes, lianas
que cuelgan de los arboles, dando la sensación de estar miles de años atrás, no
hubiese sido extraño ver un dinosaurio en ese medio. Al frente aparece otra cueva, nos
introducimos y podemos comprobar que siguen más allá del equipo que tenemos para
investigar. La luz del sol ya se va, debemos volver a bordo, quedando la duda
de que habrá más allá en las profundidades de esas cavernas.
Seguimos
navegando con rumbo norte, recorriendo rincón por rincón de las profundidades
del mar. En eso, Javier plantea que quiere bucear, así que Jorge prepara su
equipo y el de su primo, mientras el resto nos ponemos a observar aquella
verdadera aventura en el fin del mundo, pues a pesar de los plomos puestos se
torna casi imposible que Javier se sumerja, en eso Claudio le pasa una gran
caluga de plomo a Javier y este se hunde inmediatamente, la claridad del agua
nos permite ver desde superficie como Javier y Jorge recorren el fondo, el cual
esta lleno de vida. Después de unos
cortos minutos aparecen en superficie, con cara de felicidad ambos, sin duda es
un gran logro sumergirse en un rincón olvidado del planeta.
Así
transcurren los días buscando nuevos lugares y algún naufragio que visitar,
hasta que al fin descubrimos en un lugar que ya habíamos buceado, los pequeños
restos de un naufragio olvidado por la historia y lleno de mitos en los
pescadores de la zona. Los restos están
esparcidos por el fondo, solo sobreviven algunas cosas de metal y accesorios,
como muestra de que algún barco de antaño surco esos canales en busca de un
destino, el cual nunca cumplió.
En
medio de una de las navegaciones, unas falsas orcas nos acompañan, van saltando
a nuestro costado por largo tiempo, mostrando en cada salto su belleza.
Mientras Javier y Jorge van sentados a proa observando el paisaje que nos
rodea. En el interior el side scan sigue
trabajando buscando algún naufragio que
visitar, es una larga y tediosa tarea, pero así nos va revelando los secretos
del fondo del mar.
Han
pasado varios días a bordo del Príncipe, y en el orden de a bordo se aprecia
esto, ocasionalmente Ricardo toma la caña en busca de algún rumbo nuevo, el
cielo y el mar nos acompañan permanentemente.
Ya próximos a Puerto edén Jorge decide ir junto a Claudio remando hacia
puerto, lo cual se transforma en una larga jornada de remo pues pasarías varias
horas hasta que los fuéramos a recoger a mitad de camino, y ya con el sol a
punto de desaparecer, como les diríamos en un afán jocoso sería el secreto del
bote. El retorno a Edén fue grato nos esperaban con una excelente comida en
casa y quizás lo más importante, una muy buen merecida ducha y una confortable
cama.
Descansamos,
y a la mañana siguiente zarpamos nuevamente a los alrededores de Edén,
aprovechamos de bucear el viejo naufragio de la entrada, un buque que cargaba
mineral y que fue demolido por sus dueños en las faenas de rescate de aquellos
años. Lo que impresiona ver es como la
naturaleza hace suyo los restos y los cubre de vida marina, la cual casi no
deja ver los restos del casco, en el recorrido se ven restos escasos de las
plumas y maniobra, hasta que finalmente llegamos a popa y apreciamos la hélice,
la cual causa un debate con respecto a la cantidad de palas que tenía.
Lo recorremos por un par de días, buscando su
forma y entender como fue a parar allí.
Pero quizás lo que más impresiona, es que al descender a los 15 metros
la vida desaparece como en todo los canales buceados, y solo el azul del agua y
el gris de la arena cubren el fondo marino, a esto se suma el frío irremediable
del agua, la cual desciende bajo los 5 grados Celsius.
Ya nos
queda solo un día en esos parajes maravillosos, se puede ver en Javier la
satisfacción de haber vivido una aventura única, en Jorge el momento de relajo
que tanto necesitaba, en Ricardo solo él lo sabe, en la dotación del Príncipe
un equipo de trabajo espectacular, en mi una alegría inmensa, habíamos estado
recorriendo La Terra Incógnita, la cual nos había entregado su mejor clima y
una serie de lugares para seguir explorando en futuras expediciones.
Aprovechamos hasta último momento para
bucear, solo un par de horas antes de que llegara la Motonave que tomaríamos
para nuestro regreso, salíamos a superficie desde el fondo del mar. Simplemente agradezco a Javier, Jorge, a los
Maldonado e igualmente a Ricardo, por haberme permitido ser parte de tan
maravillosa y emocionante expedición. La expedición submarina a La Terra Incógnita.
Buenas aguas, Daniel Malfanti.
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